El otro día estaba de lo más atareado, terminando de leer una novela que tenía que presentar en una clase. Así que pasé la noche entera leyendo, tomando notas, y puntualizando con riguroso afán las ideas principales de lo que vendría a ser la brillante exposición que habría de presentar.
Sin embargo, a eso de las tres de la mañana me quedé jetón y cuando desperté a las once caí en cuenta de que me había pasado de dormilón y que se había hecho tardísimo para mi clase. Así que me puse unos pantalones y una playera (duermo en calzones y tenis) y salí corriendo. Recorrí a paso de antílope las 5 cuadras que me separan de insurgentes, y estaba ya a punto de cruzar la calle para llegar a la estación cuando distinguí que venía el autobús con dirección hacia el sur. Me apresuré a entrar a la estación y corrí hasta la puerta del primer vagón, para luego cruzar el umbral con destreza de acróbata justo antes de que se apagara el maldito PIIIIIIIINNNNNNNN de la puerta. Apenas me limpiaba el sudor de la frente y me congratulaba por mi asombrosa hazaña, cuando escuché que golpeaban el vidrio de la puerta tras de mí. Volteé y vi a un policía de mierda. Las puertas se abrieron otra vez e inmediatamente entró el tira. No es necesario decir que fui sometido a cachazos y porrazos. Quedé inconsciente y medio muerto, pero a las 2 horas llegó la ambulancia, la cual logró salvarme la vida, aunque desafortunadamente el daño a mis facultades sexuales es irreversible (ahora sufro ataques de priapismo cada que escucho hablar de Margarita Zavala).
Me pusieron cero en mi exposición, pero a los ocho días, el día en que me dieron de alta en el hospital, me advirtieron que no volviera a subirme al vagón de las mujeres, que eso no se permitía. De lo contrario, me volverían a madrear. ¿Vagón de mujeres? Sí, pues resulta que ahora en la ciudad de México no sólo separan los baños y los saunas, sino también los autobuses. Si no, reto a cualquier varón que se intente subir al primer vagón de un metrobús en la estación Gálvez para que vea lo que se siente ser agredido por una turba enardecida de féminas que lo acusarán a uno de hijueputa violador.
Pero qué pinche mamada. Vagón de mujeres. No me chinguen. No digo que no tenga algo de sentido, pero me parece una verdadera chingadera. Es, antes que nada, discriminatorio hacia los hombres. No sé de dónde hayan sacado esa idea Marcelo Ebrard. ¿Estará acaso pidiendo asesoría a los mujaidines? ¿O a los segregacionistas del Klu-Klux-Klan? La última vez que escuché que a un grupo lo echaban a la parte trasera del autobús fue en Estados Unidos, en las épocas de la segregación racial. Por si no lo sabían, lo que hacían era obligar a los negros a viajar en la parte trasera del autobús. ¿Por qué? Pues la excusa era que los negros eran sucios, que bolseaban a los blancos, que le metían mano a las mujeres.
Ahora lo que están haciendo en el Metro y Metrobús, no me van a decir que no tiene un cierto tufillo a discriminación. Se trata de crear espacios en los que la mujer se pueda sentir a sus anchas sin miedo a ser nalgueada por el primer ojete que se pase de lanzas. Pero lo que están diciendo es que los hombres somos todos violadores en potencia y que se debe actuar preemptivamente en contra de nuestros impulsos violadores.
Tiene además, toda la pinta de cosa proselitista. “A las mujeres les gusta ir cómodas en el bus. Así que démosles comodidad, y con eso obtendremos votos”. Se nota que Marcelo Ebrard no viaja en esta madre. Si no, se daría cuenta de lo ilógico que resulta ceder la mitad más grande del metrobús a una minoría (mujeres que viajan solas), mientras que la mitad pequeña es para todos los demás (no sólo hombres, sino todos quienes quieran). Así que, aunado al hecho de que el metrobús va hasta la verga durante 14 horas al día, muchas veces como hombre tienes que esperar a que venga otro camión en el que quepas. Ergo, llegas tarde a clase o al trabajo.
Para empezar, el problema no son los hombres, sino los hombres que acosan. ¿Pero por qué hay nalgueadores de mujeres? No me digan que por la pobreza, imbéciles. Hay muchos países con niveles de vida similares a los de México, y en los que las mujeres pueden viajar en camión sin miedo a ser acosadas. Para entender la sicología del nalgueador, es importante preguntarse, ¿quiénes son las víctimas de las nalgadas en el bus y el metro?
La respuesta, por raro que parezca, es que se trata de las señoras. Las señora gordas y viejas. Caso contrario a lo que uno pensaría, las mujeres jóvenes y bonitas no suelen ser las favoritas de los manos largas. ¿Por qué? Porque al tipo de hombre que se sube a camaronear a un autobús le intimida una mujer bonita. El nalgueador de mujeres tiene baja autoestima, además de que tiene una sexualidad torva y reprimida. Es una persona cuya única forma de lograr el contacto con el sexo femenino es a la fuerza. Generalmente es de la clase baja (los ricos con ese problema generalmente van al teibol) y es de esa gente que se siente fea por el hecho de que no le alcanza el dinero para comprarse toda la mierda que anuncian en la tele.
¿Por qué no mejor acabar con la cultura que fomenta a los nalgueadores? Ah, verdad. Es muy difícil. Es más fácil suministrar una toallita caliente con posibilidades a redituar electoralmente que buscar una solución profunda. Porque la verdadera solución tendría que redefinir las relaciones de poder en la familia y en la educación. Tendría que repensar el machismo y el patriarcado y el falocentrismo que nos eyacula constantemente la cara a todos.
De entrada, habría que acabar con la publicidad que nos dice que nuestra sexualidad es inferior por no ser blancos, por no ser ricos, por no ser altos, por no ser “lindos”. Habría que acabar con la inseguridad sexual que promueven las “Guías para padres” de la Segob, dignificar la masturbación (vista por los jerarcas de la iglesia y los chicos populares como pasatiempo de perdedores, pero que no deja de ser mejor forma de desahogarse que pegar arrimones en el metro) y fomentar la libertad del cuerpo y la normalización del deseo sexual para que los hombres y mujeres puedan ligarse libremente y de forma respetuosa.
La segregación entre hombres y mujeres en el autobús es estúpida. Ninguna mujer ha muerto porque la tortean en el metro, ni ha sido llevaba con una quemadura de tercer grado en forma de mano al hospital porque le agarraron la teta. El problema del acoso no es el acto físico del toqueteo, sino que una mujer o un chamaco no pueda hacer nada al respecto por denunciarlo. Ergo, lo que se tiene que promover es una cultura en la que el acoso sexual y el acosador puedan ser confrontados abiertamente sin vergüenza, una cultura en la que una mujer se sienta segura para reclamar justicia ante una denigración por el estilo, una cultura en la que a los hombres les parezca también aberrante la idea de hacer algo así.
Lo que se debe buscar es fomentar en las mujeres la posibilidad de sentirse libres de alzar la voz, no procurar una convivencia separada, pues ésta es completamente contranatura. ¿Qué clase de lección de civismo es ésa? Cómo ejemplo de la manera en que la convivencia separada altera a las personas serían las escuelas de puros hombres y de puros mujeres, un modelo educativo que termina por afectar las relaciones entre sexos y convertir a los niños y niñas en ineptos sociales. Bien se sabe que las grandes ninfómanas salieron de las escuelas de monjas, por lo que el sistema termina convirtiendo a los individuos en aquello de lo que los quiso mantener alejados.
Porque no está de más recordar que la separación en el bus es una ofensa hacia los hombres decentes como yo. Nunca he torteado a una mujer desconocida en el transporte, ni he acosado a nadie. La mayoría de los hombres no lo hemos hecho nunca. Y sin embargo, por el simple hecho de que soy del sexo masculino (ojo: así nací; eso que traigo entre las patas no lo compré en el Wal-Mart), pues ya se me señala como acosador en potencia y se me castiga por lo que sería capaz de hacer. Se me humilla a priori, obligándome a viajar en la parte trasera del autobús. Esa parte donde, como dirían tanto Fox como Rosa Parks, ni los negros quieren viajar.
Conclusiones: Hacer que los justos paguen por pecadores no puede ser la filosofía angular de un programa social.
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La de-composición latente cumplió 3 años hace 3 días. La fiesta fue modesta, pero interesante. Más info en el siguiente post.
Saturday, December 06, 2008
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