Tuesday, December 01, 2009

contra lo gourmet

Desconfío de manera innata de cualquier intento de los mercadólogos por venderme objetos. Es la única manera en que se puede navegar ese laberinto de confusión y bombardeos mediáticos que insisten todo el tiempo en que debo comprar para ser feliz. Contraciendo a priori.

Ya desde hace unos cuantos años que los cretinos de siempre empezaron a etiquetar sus mierdosos productos con el adjetivo gourmet (trad. esp. mex.: gurmé). Que si tomates gourmet, que si mermeladas gourmet, que si Big Cola gourmet, que si condones gourmet (los que van lubricados con espermaticida sabor trufa francesa). Incluso hay unos caras duras que te venden agua gourmet. Quesque porque la bajan de un glaciar en Noruega. Hijos de puta.

La palabra gourmet es básicamente un adjetivo que se usa para describir a toda una serie de productos por los que los mercadólogos han decidido que debemos pagar más que de costumbre. Algunos de estos productillos gurmé son exquisiteces como bogavantes de Alaska en conserva de hierbas himalayas y cosas por el estilo; otros son en verdad artículos mucho más sencillos como mostazas preparadas artesanalmente y chocolates hechos con cacao y no con pasta sabor chocolate#3.

Sin embargo, el adjetivo tiene un aura bastante arribista y pedante que, aplicado a mi persona, despierta un rechazo inmediato. O sea, a pesar de que disfruto de algunos de los productos que suelen conocerse como gurmé, no me siento a gusto aceptándolo.

Para empezar, cuando reviso las etiquetas de ciertos de los llamados productos gourmet me doy cuenta de que, en muchos casos, lo que se llama gourmet es lo que debería ser la norma. Si vas al supermercado, encontrarás que los jugos que sí son jugos, las mostazas que sí son mostazas, y los tomates que fueron regados con agua limpia y no con la mierda recolectada del desagüe de alguna capital de provincia, son los productos que vienen etiquetados como gourmets. En lugar de que prohiban las contrapartes por estar llenas de químicos y tóxicos y mierda, lo que hacen es abrir una nueva categoría de mercado. Al igual que con los productos orgánicos: nos cobran extra por no cagarse, mearse y echar veneno en nuestra comida.

Por otra parte, los productos gourmet son cosas que en otras culturas se consideran normales. Si le dijeras a un indú que en México el chutney es comida sofisticada, se cagaría de risa. La leche de soya en el oriente es más barata que la de vaca, pero acá vale 32 el litro (por tanto, últimamente he estado experimentando con eso de comerme los corn fleis con agua). Y al revés: en cualquier otro país del mundo, el huitlacoche que cualquier ñero come en el puesto de quesadillas del mercado se consideraría una exquisitez, pero no por ello consideraríamos que un albañil que devora quecas de huitlacoche es candidato a reseñista de la Guía Michelin.

Para alguien que detesta los productos procesados (la mostaza que no es mostaza, sino colorante con remanentes de alguna semilla; el pan que no es pan, sino una esponja de migajón) lo gourmet se presenta como una opción más natural, a veces. Esto es por supuesto una de esas paradojas pendejas a las que estamos acostumbrados los que vivimos bajo la dictadura del marketing: resulta que ahora lo refinado consiste en comer cosas tecnológicamente menos refinadas.(Noten: el fracaso del cientificismo y la puesta en duda del monopolio de la verdad que profesa la ciencia se pueden argumentar a partir de algo tan sencillo como esto: en que resulta que el pasado sí era mejor pues, aunque la tecnología ha abaratados los productos, también los ha empeorado. Pero eso es tema de otro post.) Y no es mi culpa que la sociedad mexicana contemporánea haya descubierto el goce culinario en los Churrumais, la Coca-Cola, la Maruchan y los Bimbuñuelos. Finalmente no tengo la culpa de haber nacido en un país donde la línea de productos Lonchibón se considera una buena alternativa a una comida y no un crimen de lesa humanidad. Que la gente esté acostumbrada a engullir basura, que tenga una lógica tóxica de la alimentación, no me convierte en un ser gourmet, sino únicamente en una persona un poco más selectiva en cuanto a su alimentación. Como lo deberíamos ser todos.

Por esto no sugiero que todos deban empezar a gastar el triple en su comida. Pero de lo que sí estoy seguro es que comprar una coca, un lonchibón y unas donas bimbo (y unos chicles trident de menta en lugar de cepillarte el hocico, cerdo), te puede costar más en conjunto que prepararte en casa una buena ensalada o un sandiwch (últimamente me volví adicto a los de palmito con provolone y un toque de mostaza y chipotle) y llevártelo en un toper a la escuela y/o trabajo.

Por otra parte, este post no tiene propósito negar algo absolutamente innegable: que soy, en buena medida, un asqueroso sibarita. Pero es que , dado que no soy consecuente con mis ideas políticas, intento serlo al menos con mis placeres. Disfruto un buen jugo recién exprimido, un par de centeno con tofu ahumado, un chocolate que sí es chocolate, un buen té de menta que no venga en chafibolsita y de todo ese tipo de cosas como las disfruta cualquiera. Pero como vegetariano, mi gurmandismo (chequen el sustantivo hiperpedante, seguro lo aprendí navegando en Reforma.com o algo así) se ve limitado ante esa barrera que representa el hecho de que no como carne. O sea, los placeres esnobistas como lo son los caviares, cortes de carne, pescados de textura exquisita que sólo viven en el fondo del océano ártico, fua gras, jamones de cerdos que engullen bellotas, me tienen sin cuidado (y aunque comiera carne, otra cosa indiscutible es que mis ingresos son insuficientes para ese tipo de desplantes).

En fin. El tema de esta entrada se me ocurrió hace poco. No me acuerdo si estaba en el aeropuerto de Monterrey esperando a venir al DF, o viceversa, pero me encontré con un panfleto de Aeroméxico (o tal vez era de Mexicana, tampoco recuerdo) que promocionaba el servicio de enoteca en el aeropuerto. O sea, una sala para degustar vinos en medio de un puto aeropuerto. Para que bebas un cabernet y a los cinco minutos te quiten el cinturón para que lo pases por los rayos X.

Esto me condujo a otra reflexión: que la plaga de enotecas, productos gourmet y restaurantes de alta cocina mediocres demuestran otro malestar social más profundo. Se trata de un malestar que se me aparece cada que me enfrento a una campaña de publicidad de esas que dicen que debemos, en todas partes, procurar el supuesto “disfrute“ de la vida. Que intentan vendernos un producto siguiendo una lógica de consumo que procura la felicidad. ¡Bola de mentiras! ¿Por qué? Porque se necesita más que objetos de consumo para generar placer. Por ejemplo: ambiente, buena compañía, reposo mental, tranquilidad, disposición emocional. Una sala de un aeropuerto bullicioso lleno de laptops no nos brinda nada de eso. Tampoco nos lo brinda un restaurante de Polanco lleno de guaruras y gente que está checando el mail en sus Blackberrys. Claro: acudir a una enoteca en un aeropuerto le puede brindar la ilusión a un ejecutivo de que está aprovechando máximo de su tiempo, de que está aprovechando su status para gozar. Lo que menos tiene un hombre esclavizado es tiempo. Y cuando un hombre no tiene tiempo, no tiene amigos, y tiene dinero, estará más dispuestos a despilfarrar en algo que supuestamente le brindará placer (la idea palurda de que lo “exclusivo“ es placentero en sí mismo).

Sin embargo, me atrevo a decir que la comida cara no es placentera en sí misma. Es más, lo que te cobran en un restaurante mamón no es lo delicioso del platillo, sino la combinación de ingredientes finos y exóticos de maneras excepcionales (en el mejor de los casos, claro), así como servicio, decoración, prestigio, etc. Y será difícil que uno de esos chefcillos invente un platillo como esos ya existentes y que son producto de cientos de años de perfeccionamiento de generación en generación. O los que existen en la naturaleza: un tomate maduro, una manzana dulce y jugosa, unas cerezas recién cortadas del árbol, una toronja recién exprimida (cada vez que bebo un jugo de toronja, las naranjas me parecen más y más entes despreciables). Las recetas tradicionales mexicanas, muchas de ellas saludables, deliciosas y vegetarianas. Bla bla bla


Conclusión: El placer de la comida está al alcance de casi todos, y tal vez no sea mala idea que la gente se vuelva más exigente en lo que come. Tal vez sea la única forma de zafarse del paradigma tóxico mexicano. Por otra parte, debemos cuidarnos de participar de esa orgía de displacer y confusión que nos intentan vender los mercadólogos, y en la que lo más probable es que acabemos con los esfínteres dilatados y las carteras vacías. Y bueno: recordar que es posible comer los manjares más deliciosos de la tierra, peron que si no tienes disposición ni apetito, si no tienes alma porque te has dedicado a comportarte como tiburón o como monstruo, ten por seguro que tus alimentos te serán más insípidos que un puñado de cal.

Thursday, October 22, 2009

De populistas y cosas peores

Para mí no tiene mucho caso usar este espacio para reflexionar sobre el combo 16/30 recién aplicado para detrimento de todos nosotros. Ni siquiera en los periódicos derechosos han encontrado argumentos para defender que, en medio de la peor debacle económica de los últimos tiempos (una caída del 8% de la economía) se busque sodomizar el mercado interno y el poder adquisitivo de una economía donde los márgenes de ganancia son cada vez más migajeros y donde el empleo no sólo es precario, sino bastante pinche escaso.
Pienso: un ISR de 30% aplicado a una persona con ingresos mensuales de 15 mil pesos es algo así como más impuestos de los que se pagan en Alemania (país donde el gobierno sí promueve el gasto social y donde hay salud pública y demás). El hecho de que van a subir los impuestos y que nos dicen desde ahora que no se utilizará ese dinero para mejorar las cosas, sino para intentar mantenerlas como estaban antes de la crisis e inyectarle lana al gobierno, es un ejemplo perfecto de un modelo que llevará a un empobrecimiento social.




En fin, el Dip. Fernández Noroña (no confundir con las islas homónimas) se echó una locuaz andanada contra sus compañeros el día de hoy (ver el video de allá arriba). Sin embargo, más allá de las obviedades que dice, lo que me gustaría resaltar es el momento en el que la cámara enfoca en cierta diputada del PAN. Es justo después de que el Dip. reclama el hecho de que en México las grandes corporaciones (Cemex, Televisa, Femsa, Maseca) no pagan impuestos, o pagan unas bicocas (es más, hasta un pinchurriento blogger como el Decomposer paga más impuestos que Walmart, que el año pasado pagó como 700 varos). En el minuto 1.11 del video aparece una diputada panista (asumo que es panista pues está a dos trajes italianos de Vázquez Mota), alta, rubia, que le responde algo. ¿Alguien alcanza a leerle los labios? Sí, le responde que es un “populista“.
Cogerse al pueblo por el culo, todo lo demás es populismo. Es un argumento maniqueo y discursivamente idiota que se respalda en la idea de que hay que darle incentivos a los capitales privados o de lo contrario van a dejar de invertir, bla bla bla. Que cobrarle impuestos a las superempresas es mala idea. Que las empresas no deben pagar impuestos porque le hacen un “favor“ a la sociedad al ser productivas. Y que exigir que los ricos tributen es “populismo“.

Así funciona la mente de un diputado del PAN.

¿Pero apoco creen que si le cobran más impuestos a Wal-Mart, van a quebrar y dejar a miles de empleados en la calle (sin tomar en cuenta que el salario promedio del empleado de wal-mart es poco más de lo que me encuentro en monedas de diez centavos en la calle caminando de mi casa al metro)? ¿Que si le cobran más impuestos a los bancos, éstos van a olvidarse de un mercado de 60 millones de consumidores en potencia?
Pues no. No cobrarle impuestos a empresas así es quererle regalar el dinero a los ricos. Es una política cuyo único propósito es el de engordar a los ya de por sí gordos.

Pero mejor ya me callo. No sea que se me acuse de cardenista, getulista, peronista y populista.

Friday, September 18, 2009

Juanito me encabrona

Por raro que le pueda parecer a cualquier persona que haya crecido durante el foxismo, hubo una época en la que los políticos se daban a respetar. No quiero decir con esto que fueran personas más decentes o que hicieran mejor su trabajo que ahora. No. Lo que quiero decir es que hubo un tiempo en el que se asumía que quien llegaba al poder reunía una serie de aptitudes de las que la mayor parte del apestoso vulgo adolescía.
Por lo tanto: si los políticos eran más imbéciles que uno, hacían lo posible por esconderlo. Pero todo eso cambió con la llegada del nuevo siglo. Una de las mayores contribuciones de personajes como Vicente Fox y George Bush en lo que al entendimiento masivo de la política refiere, consistió en destruir brutalmente la idea de que los gobernantes son personas capaces e inteligentes. Por el contrario, sus constantes equívocos y burradas dejaron bien claro que la política es un circo. En el 2006 nos tocó presenciar en México una campaña presidencial en la que ningún contrincante pronunció un solo argumento; una campaña en la que el nivel intelectual del debate político resultaba tan bajo que terminaba aniquilándose a sí mismo: al no haber propuestas, no había lugar para rebatir ni para contrargumentar. La elección del candidato se hizo a partir de la simpatía generada de las campañas publicitarias, no de una afinidad ideológica o una visión compartida.
Los frutos podridos de esta política cada vez más desideologizada siguen brotando inmundemente de las ramas de sus árboles. La sabandija más reciente a la que nos vemos en la obligación no sólo de mantener con nuestros impuestos, sino de ver a cada rato en la televisión y los periódicos, se hace llamar Rafael Acosta, alias Juanito. El tipo, que carece de preparación, de inteligencia, de cualquier elemento objetivo que nos haga pensar que sería capáz de gobernar Iztapalapa, representa un grado inaudito de la mariomorenización de la política. Lo triste es que, a diferencia de una película de Cantinflas, donde las buenas intenciones bastan para sacar adelante a los subditos, el reinado de Juanito I de Iztapalapa amaga con llevar a un ahondamiento de la ya de por sí notable marginación de la delegación. Todo esto, por supuesto, mientras el tipo que hace un par de meses compraba su ropa en los tianguis, usa la partida especial para comprar trajes italianos y zapatos de 8 mil pesos. Todo esto mientras lo vemos jurarle a los periodistas (en una tercera persona que resulta bastante ezquizofrénica) que su triunfo fue por mérito propio.
Juanito ya ha demostrado ser mentiroso, ser traicionero, ser abusivo. Ya ha mencionado que está dispuesto a cambiarse de partido (ahí vemos una falta de escrúpulos y de convicciones). Su historia pone sobre la mesa algo innegable: que la izquierda está llena de personas que se pronuncian en contra de la injusticia no por cuestión de principios, sino porque la injusticia no los ha beneficiado todavía. En el momento que una coyuntura política les arroja algo de dinero, se transforman y se venden al mejor postor (bien sabe la derecha que la mejor forma de ganarse un aliado es pagándole un salario). Con esto demuestran ser endebles, hipócritas, sobornables. Demuestran que el problema de la decadencia de la izquierda en México está vinculado a un factor humano, no sólo a la falta de un sistema politico justo. Con esto quiero decir que: la mayoría de los hombres que vienen del “pueblo" son, en el fondo, tan viles como los que los gobiernan.
La izquierda se ha venido despolitizando tanto en los últimos 20 años que, hoy en día, ser de izquierda ya no representa una postura política acorde con ciertos valores. Más bien, el vínculo común entre las bases izquierdistas es la "jodidez" (“vota por mí porque tú eres pobre, no porque pretendamos ser moralmente superiores que los otros“). Pero si la pobreza es lo único que nos convierte en izquierdistas, entonces es evidente que en el momento en que Juanito obtenga su primer cheque de aguinaldo y pruebe las mieles de comprar en Masaryk (cosa que ya saborea cual oso en un panal), se volverá de derecha, si no en su forma de hacer política, al menos en su vida privada.

Por todo esto y más, Juanito me encabrona.



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Inserción pagada por Amigos de Clara Brugada, S.C.

Saturday, July 04, 2009

Regreso

Ni me pregunten por qué lo hago, pues ni yo tengo una buena respuesta para ello. No lo hago por dinero, queda claro (no hay ni google ads por acá, chavos), ni por las mujeres (por el momento ando haciendo voto de castidad). Tampoco lo hago para hacerme de amigos famosos (cero links a plaqueta aquí, lol), ni para sentirme partícipe de ese concurso de popularidad chaqueto llamado blogósfera (llevo 4 años por acá, he acumulado un prestigio moderado entre mis lectores, pero jamás he dado el brinco al mainstream, y a estas alturas todo indica que se trataría de una causa perdida). Y tampoco escribo para caerte bien (¿o cuándo fue la última vez que comenté en tu blog?). Si cada vez escribo menos es porque voy perdiendo certezas en la vida: certeza de que algo que yo diga pueda tener sentido, el que sea. En estos tiempos fastidiosos, en los que las herramientas de internet (léase los blogs y twitter y facebook y etc.) le permiten a cualquiera construir un altar a su propio ego, en los que los foros y los espacios para comentar han gestado toda una raza espuria e inútil de opinólogos hambrientos de atención, capaces de decir lo que sea con tal de obtener 15 efímeros minutos de fama, a un hombre como yo, que aspira a ser consecuente y no dejarse llevar por las corrientes del caudaloso río de la estupidez que inunda la sociedad y arrastra consigo a todos los que se dejan, no le queda más que deslindarse del festejo autocomplaciente y narcisista, y declarar que todo le parece un gran circo de pendejez. Y, por supuesto, reconocer que las cosas que antes solía decir y defender con arrogancia y seguridad no son ahora más que nubarrones de confusión.
Si no escribo es porque no encuentro sentido en opinar, en afirmar. Lo único que deseo es aceptar humildemente que hay muchas cosas que no sé.
Y sin embargo, heme aquí. Como al principio, con la misma plantilla de siempre: royendo las teclas a falanjazos, espetando escarnio como borracho resentido de cantina. Este blog ha muerto y resucitado de forma constante a lo largo de los años. Hoy: aquí sigue, y tal vez seguirá. Tal vez no. Dicen que desde el momento en que nace, el hombre ya tiene edad para morir. Uno no sabe lo que le espera mañana.
A aquél puñado de lectores fieles que han seguido este blog durante años, doy gracias por tomarse el tiempo, por tomarme en serio. Si alguien aprendió algo, si a alguien hice aprender o despertar o cuestionar, entonces significa que algo logré. Eso ya es más que lo que hacen los medios, más que lo que hacen los publicistas, más que lo que hacen esos escritores que disparan un chorro de diarrea contra la pantalla dos veces por semana y luego dan click en PUBLICAR ENTRADA, acumulando decenas de comentarios por entrada.
Porque se van con la finta de la popularidad, con la finta de que si algo tiene 40 comentarios, es que debe ser bueno. Cualquier despliegue mínimo de ingenio, cualquier frase acertada, cualquier texto que logre pegarle a algún clavo, por mínimo e insignificante que pueda ser, termina siendo motivo de los aplausos y jaculatorias de los lectores.

Chicos: ésa debería ser la regla, no la excepción. Un buen texto debe incitar a reflexiones siempre, debe agredir nuestras preconcepciones. Un buen texto no debe tener momentos de ingenio, sino que el ingenio y el significado deben arrasar como arrasa un incendio por un campo de pastos marchitos. El blog como espacio de práctica está bien, en algún lugar se tienen que ejercitar los futuros escritores. Pero les suplico a los lectores que no se limiten a la lectura de blogs. Por favor también lean libros. Lean a los clásicos, a los grandes. No se limiten a lamer los desperdicios de la inteligencia, a desmenuzar mojones en busca de granitos de elote. Si las mazorcas ahí están: los grandes títulos de la filosofía, de la literatura, de la Historia. Al principio pueden resultar confuso, pero tarde o temprano les irán entendiendo y será la experiencia intelectual más fabulosa de sus vidas, se los aseguro.
La mayoría de los blogs populares son los fáciles, los tontos. Están llenos de sandeces que apelan a los denominadores comunes más bajos. Están llenos de referencias a la cultura pop, a lo efímero, a lo tonto. No hay apelación a los valores humanos, a esa serie de dudas existenciales que logran vigencia a través de los siglos y edades.
Actualmente veo el internet y es como si mirara el Bordo de Xochiaca multiplicado por un exponencial infinito. Intento decir algo relevante, pero sé que es como lanzar un mensaje en una botella a un mar de estiércol y miasmas. Estamos ante el mayor basurero cultural de la historia, el vertedero de lo efímero, de la estupidez de toda una generación que, solapada en su condición anónima, virtual, ha encontrado en la red el recipiente perfecto para su mediocridad. De toda una generación que creció creyendo que tiene el derecho a opinar, el derecho a ser escuchada, el derecho a interrumpir el silencio. Y lo peor de todo, creyendo que el mundo está obligado prestarle atención a una de las formas más burdas del narcisismo y la frivolidad que jamás hayan existido.
Ante ello, ante una humanidad que siempre ha hecho las cosas mal, quizá lo más consecuente que pueda hacer un hombre como yo es quedarse callado para siempre, pues en un mundo donde la cacofonía es la música predilecta y natural de las masas, no hay aspiración más digna (ni forma más poética de escupirle la cara a una humanidad que todo arruina y arruinará) que el silencio. Enterrar cualquier sueño de decir algo, sepultarlo bajo una lápida donde aparezca una última inscripción: Murió de realidad. Sus mejores páginas fueron las que no escribió.


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Aquí debería venir la parte que dice: LDCL, 2005-2009, RIP

Pero por fortuna para los que leen y disfrutan este blog, no soy un hombre consecuente. Vuelvo a empezar.

Monday, April 27, 2009

Otro videíto

Nada más es una respuesta a todos los que me acusaban de no dar la cara.

Tuesday, April 07, 2009

Malditos humanistas



El otro día andaba de lo más tranquilo regodeándome en mis ínfulas de intelectual antiestablishment de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, tomando clases de marxismo transcolonialista aplicado al budismo y de hiperteoría de la postpoesía húngara, cuando de pronto, debido principalmente a que las abstracciones que intentaba llevar a cabo en mi cerebro eran tan gigatrónicas (buscaba refutar a Sócrates desde Heidegger aplicando fórmulas de teoría de cubos mientras jugaba tetris en mi celular), olvidé en un descuido mi chamarra en el salón de clases.

Así es. Mi chamarra. No un fajo de euros, ni un lingote de oro, ni un rólex de platino con Malverde con incrustaciones de diamante en los ojos de fondo.

Cuando más tarde en la oficina me di cuenta de lo ocurrido, por supuesto que no me preocupé en lo absoluto. Al contrario, traté de aminorar mis sospechas pensando:
“Decomposer, ¿cómo te atreves a pensar que no va a aparecer tu chamarra? ¡Usa la maldita lógica! Si en un país del oeste de Europa, las personas comunes y corrientes con educación de corte nada humanista devuelven los objetos encontrados a la sección de artículos perdidos de los aeropuertos, escuelas, estadios, etc. ¿Cómo se te ocurre que alguien con educación humanista en la Máxima Casa de Estudios de tu país no va a comportarse al menos con el decoro y civismo de un europeo de tercera?"


Ja. Resulta que al día siguiente fui a preguntar a todos los limpiadores, cuidadores, a la gente del departamento de servicios generales, etc., y nadie tenía noticia de nada. Coloqué también hermosos carteles por toda la facultad, que no tardaron en ser arrancados por aquel individuo quien asumo robó mi chamarra (pues sólo arrancó mi cartel, mientras que los que estaban junto a éste, a pesar de ser muy viejos, permanecieron intactos).
La siguiente semana me quedé esperando que alguno de mis compañeros de clase me devolviera mi chamarra encontrada, pero no ocurrió. Ni en mi clase ni en la siguiente que se llevó a cabo en ese mismo salón.

Lo peor del asunto, lo que realmente resulta patético, es que los burócratas de servicios generales me dijeran lo poco común que resultaba que la comunidad escolar devolviera los artículos que se encuentran. Que en muchos casos, cuando se pierden las cosas, me comentaron que “son los mismos compañeros los que los toman“. Por supuesto, esto no me pareció digno de una Facultad de filosofía y sí de un reclusorio, y sentí que este hecho sintomatizaba bastante bien algunos de los problemas actuales que acechan el pensamiento humanista (sobre todo la desvinculación del pensamiento humanista y académico del accionar ético y político). Así que me fue imposible no escribir una pequeña carta dirigida al pequeño asno que pensó que robarse mi chamarra era buena idea. Pensándolao bien, la hago extensa a todos los humanistas que se han chingado un celular o cualquier objeto de un alumno de la Facultad de Filosofía y Letras:



Te robaste mi chamarra. Coloqué anuncios, fui a servicio generales, hice todo el rollo. En cambio tú no hiciste ningún intento por devolverla a los encargados escolares, ni tampoco por comunicarte conmigo (por el contrario, los afiches amanecieron arrancados). Así que te escribo una carta de agradecimiento por ello, la cual hago extensa a todos los que se han clavado un libro, un celular, o una prenda en esta Facultad sin pensar en el daño que le ocasionan a la comunidad universitaria.

Estimado(a) ladrón(a) de chamarras:

Gracias por confirmar por medio de tu estúpido y cretino acto (robarte mi chamarra) que la crisis de pensamiento de la que hablan la mayoría de los filósofos actuales tiene algo de cierta. Gracias por darle un poco de razón a todos esos escritores comemierdas de derecha que acusan nuestras carreras de ser inútiles. Gracias por mostrarme que alguien puede pasar cuatro años en la dizque Máxima casa de estudios cultivándose con el dizque aprendizaje de las humanidades sin que ello se refleje en una conciencia o una moral un poco más sofisticada que la del gandalla promedio. Gracias por confirmarme que las universidades no necesariamente forman seres humanos decentes y mínimamente honestos, y que todas esas personas que pens(ábamos)amos que los libros y la cultura son buenas formas de combatir la ignorancia de un pueblo est(ábamos)amos de cierto modo equivocados: ahí estás tú, ejemplo de una persona educada que se comporta como si su conocimiento no sirviera para otra cosa que elucubrar temas de trabajos académicos chaquetos llenos de verborreo.
Gracias por enseñarme que alguien que se dedica al estudio de la ética puede comportarse de una manera no ética. Gracias por revelarme que incluso aquí, en lo que se supone es el edificio donde se congrega la supuesta punta de lanza intelectual de una nación de 110 millones, donde diario nos meten por la garganta la idea de que es un honor estudiar, y donde nos jactamos entre todos de ser bien Críticos y Chingones y superiores a la Mundanidad de esa letrina intelectual que llamamos patria, de pronto nos podrían vendir bien algunos afiches de moralismo chatarra de la Fundación Televisa o del Consejo Coordinador Empresarial, recordándonos que robarle al prójimo es
bien mala onda.
Porque me cae de madres, amigo(a) ladrón de chamarras, que no te robaste mi chamarra ni por necesidad, ni por frío, ni por otra cosa que no fuera el hecho de que te pareció fácil recoger algo que no te pertenecía y guardártelo. Lo hiciste porque pensaste que te podías salir con la suya, y por lo tanto mostraste que no te importa pasarte por el arco de tus sudores más malolientes los valores filosóficos y sociales que tanto supuestamente estudias si ello te redituaría en una ganancia (la vieja escuela llama eso ser un intelectual orgánico). Gracias por tirar las lecciones socráticas y kantianas a la basura y de paso mostrarme que no debo esperar más de ciertos colegas de lo que podría esperar de una jauría de perros famélicos frente a un trozo de carne. Gracias por enrarecer el ambiente y fomentar una desconfianza hacia el prójimo que no debería de existir en un espacio como el nuestro. Gracias por mostrarme que en la Facultad donde hace unos años se concentraba el pensamiento político, el idealismo, y la voluntad de crear un país y continente más justos e igualitarios, hoy en día la crisis de valores es tal que la gente no es capáz de devolverle una pinchurrienta chamarra a su dueño. Gracias por demostrarme que se puede estudiar una carrera humanística sin interiorizar valores humanistas, que es válido sarandear los valores de los pensadores como si fueran un saco de frijoles en una central de abastos. Gracias por demostrar que la despolitización y la estupidez están al alza, y que incluso han logrado extender sus mugrosos tentáculos a nuestros salones.

¿Cómo la ves? Pues te quedaste con la chamarra, así que asumo que tú crees que te saliste con la tuya. Pero mira el precio: la UNAM y la sociedad invirtieron miles de pesos en darte una educación que supuestamente te convertiría en un humanista y tú a la primera resultaste ser poco más que una baba, que una sabandija que no ha aprendido un carajo.
Debería caérsete la cara de verguenza, bobo(a).



Saturday, January 24, 2009

No soy tu banda

Estoy de vuelta, efectivamente. Tardé un poco pero es que, vaya recepción la que me tenía preparada esta mugre ciudad. Bueno, en realidad no ocurrió nada salvo la descompstura total de mi computadora. Y ya. Pero en fin, antes de empezar a hablar respecto al tema que hoy nos incumbe, simplemente quisiera decirles que qué pinche asco de país este, la verdad. Un maldito paisaje de envases vacíos, piedras pintarrajeadas con apellidos de algunos pendejos, estúpidos autobuses que no te quieren hacer descuento de estudiante y encima después te sedan con cuatro películas gringuísimas y malísimas, y selvas destruidas para abrir paso a plantíos de caña. Los paisajes son hermosos, es indiscutible. Pero la gente los trata como verdadera mierda y echa a perder toda experiencia natural con su intervención en ell. Y no es por nada, pero cuando te preguntan "Está lindo por acá, o no joven?", creo que es poco honesto responderles que sí, que está hermoso, cuando lo cierto es que estaria más lindo si no lo tuvieran lleno de envases de fanta y envoltura de suavicremas. Claro, en ese momento, la gente de provincia siempre te va a decir que son los chilangos los que destruyen todo cuando lo cierto es que el problema no son los chilangos, sino esa raza inmunda llamada pueblo de México.
Maldita sea. Y ni se diga de los gobiernos, quienen también arruinan el paisaje. En lugar de colocar tubería discreta, colocan unos tubos gigantes cascadas metiendo tubos, hidroelectricas y proyectos intrusivos en un de las putas zonas de mayor belleza natural del estado.

Pero bueno, no crean que no me dio gusto ir a San Luis Potosi. Fue un viaje lleno de cosas hermosas...la huasteca, las pozas, el sótano de las golondrinas y el desierto. Pero lo cierto es que a los paisanos no dejo de bajarlos de ojetes tira basuras.
Prohibir a los mexicanos hacer turismo en su pais salvo que hayan demostrado haberlo hecho fuera del país por más de dos meses, ahí tienen una solución. A ver qué político se atreve.

Pero regresando al blog:



Son pocas las cosas que me enfurecen. Casi ninguna de hecho. Vivo en México y estoy casi desensibilizado hacia la injusticia pero si hay algo que detesto es que llegue un rasta apestoso con un clavo oxidado en el septum, el pelo con tufo a bosta de algún establo, su olor corporal una mezcla de esmegma y resistol 5000, y me diga: ssss, ke tranza la banda...sssss.....me regalas de tu chelita.

Que quede claro. Soy buena onda. Soy de izquierdas. Soy universitario. Pero de verdad, si hay algo que me caga, si hay algo que pone a pulsar mi vena reaccionaria, es que un desconocido me
juzgue a partir de mi apariencia y deduzca por mi vestimenta no-fresa que pertenezco a su llamada banda y tengo mucho que ver con él y sus amigos parásitos.

De entrada, no me junto con drogadictos ni malvivientes (salvo honrosas excepciones) y será cierto que traigo aretes y tatuajes y la madre, pero de eso a que sea un jipi culosucio que fuma de la mota más ñera y se embriaga cuatro veces por semana con alcohol de madera, discúlpenme, pero no.

El dichoso vocablo de banda refiere una deleznable abstracción inventada por unos monstruosos malvivientes para nombrar de forma general a otros parásitos de su estirpe que se dedican, igual que ellos, a una autodestrucción sin tapujos y a la degradación de su persona y de su ya maltrecha juventud por medio del consumo frenético de drogas y de cerveza. Los integrantes de la dichosa Banda no suelen pasar de ser personas sin pensamiento político y que nada más se dedican el día entero a pensar en historias falsas que te van a inventar para que les des una moneda que no tardarán ni cinco minutos en gastar en pulque o mona.

A pesar de autoconsiderarse personas "idealistas" y "revolucionarias", toda su fuerza creativa la desperdician chupando litros y litros de cerveza en asquerosas fiestas de lugares mierdosos del centro donde todos bailan Manu Chau y salsa, y siempre acaban madreándose. Como si hacer rica a la cervecería Modelo y bailar música de las trasnacionales fuera la forma más efectiva de lograr un cambio social. Eso sí: ellos dicen que la razón por la que se comportan como infrahumanos es porque en el fondo lo que ellos añoran es la libertad que la puta sociedad burguesa con sus valores de mierda les niega...lo cual en principio no está nada mal, salvo que para ellos la libertad suele conllevar poco más que el derecho de transmitirse el papiloma y de orinar en la calle.
Eso sí, debo reconocer que hay muchos tipos de "gente banda", muy diversos salvo en el hecho de que son invariablemente personas desagradables. En la UNAM, la gente de la llamada banda suele identificarse por ser de esos individuos que confunden las areas colindantes a la Rectoria con una cantina, y las paredes de la Biblioteca con mingitorios. Son esos lastres que desperdician el dinero que el estado entrega a regañadientes para que ellos estudien no acudiendo a clases, pues el único aprovechamiento que hacen de su condición de estudiantes de la UNAM no lo hacen para aprender e intectualizar sino para pasar inútiles días jugando futbol en las islas y gastándose el dinero que le sacaron del monedero a sus madres en anfetaminas y cervezas en los barecillos chancrosos de Copilco.

Les gusta que los identifiquen con la Banda pues creen que eso significa que son gente chiiiiida, contestataria, altern, puro reven. Y aunque yo también desprecio a ciertos tipos de fresas y creo que la clase media es un hervidero de sujetos materialistas asquerosos, el hecho de que la banda prefiera gastarse su dinero en drogas y no en lentes oscuros y ropa, no la hace mejor que la sociedad a la que desprecia. Si acaso es sólo un ejemplo patetico de cómo la drogadicción nada más es romántica si eres un beatnik, no un niñato berrinchudo y pusilánime de clase media que no tiene otra cosa en la cabeza que telarañas y letras de canciones de Panteón Rococó.

Así que, como ya les dije, una cosa es que yo sea una persona accesible y buena onda, y otra es que pertenezca a esa piara de rufianes. Por lo tanto, la conclusión es que no soy tu banda.


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De la prohibición al beso en Guanajuato, ni me pregunten. Todos saben que es una estupidez y no me pienso unir al coro de opiniones que simplemente repiten lo evidente. Es como si alguien dice que el cielo es color ladrillo, no azul. A un pendejo que dice algo así no se le contesta. Si fuera algo menos evidente, o algo que no hubiera recibido tanta atención, tengan por seguro que rebato. Pero en lo evidente, ?para qué? No me pidan que les repita lo que ya saben. Estoy viejo (vean la foto) y tengo las palabras contadas. Hueva.